• Arístides Hernández Ulate, de 79 años, nos muestra cómo se superan los obstáculos con honradez, dedicación y entusiasmo desde su banquito en la zapatería
José Luis Cojal
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SANTO DOMINGO. Como si fuera un personaje de un hermoso cuento, existe en este cantón un señor muy campechano que con gran alegría está encargado de darle nueva vida a los zapatos gastados o dañados de los vecinos: su nombre es José Arístides Hernández Ulate, nacido un 25 de agosto de 1941, un luchador de 79 años.
Este ejemplar trabajador aprendió el oficio de zapatero hace 67 años, y con esa disposición que lo caracteriza, recibió en su taller al Periódico Gente, sentado en su silla de trabajo, dispuesto a narrar su experiencia adquirida a través de los años. Su rostro se llena de nostalgia y agradece a Dios por todo este tiempo de vida, entre sufrimientos, alegrías y esperanzas que le han permitido sacar adelante a su familia, tener los alimentos diarios y buena salud a pesar de sus limitaciones, con muchas proyecciones.
‘‘Inicie este oficio desde muy joven, no contábamos con los medios para estudiar, éramos muy pobres, ocho hermanos… se vivía con angustia y desesperación. Pude enfrentar esos tiempos tristes solo de la mano de Dios, que hoy me permite relatar esos momentos y a esta edad continuar siendo mi propio jefe, recomendarme solo por la calidad y responsabilidad de mi trabajo y laborar cuantas horas sean necesarias para cumplir con los arreglos que me garantizaron poder subsistir y sacar adelante a los hijos.
Mi destino fue bendecido por la oportunidad que me dio un señor llamado Rafael. Mi madre me llevó hasta el taller y pidió que me enseñara el oficio de la zapatería. Me volví operario de la noche a la mañana con 12 años, y me gustó el oficio, siendo una criatura me fajaba con los de experiencia y eso le gustó al jefe. Tanta fue mi sorpresa que el día del pago recibí la misma plata que todos. Le comenté a don Rafael por qué me pagaba igual que a los experimentados, si estaba aprendiendo, para mi sorpresa la respuesta me incentivó: ‘‘se paga igual a todos porque aprendió a trabajar’’.
Este oficio me sirvió para sobrevivir honradamente y fue una terapia que me permitió sentirme bien. Si no fuera por este oficio, hace años me hubiera muerto. Esta es mi vida, a mis años no tengo cansancio y me siento bien. Garantizo mi trabajo. Soy un poco bromista y le digo a mis clientes que les garantizo mi trabajo, solo contra incendios no. Me recomiendo solo y tengo clientes de Tibás, de Heredia, San Isidro, Moravia, de todos lados.
No le temo a la competencia de otros zapateros, tengo mis clientes fieles por la calidad de mi trabajo. Una cliente me dijo que otro zapatero le cobró muy caro y me dijo “ese zapatero va a comer solo hoy, no le vuelvo a llevar los arreglos” y me los trajo a mí, es mi cliente hasta la fecha. Hay que tener consideración con el trabajo y no abusar con los precios.
• Golpes de la vida
A pesar de mi pobreza, en la vida se aprende a diario. En una oportunidad le dije a una persona que me limpiara el taller mientras iba a la pulpería, cuál fue mi sorpresa que me robó dos pares de zapato de un chiquito de escuela y tuve que pagarlos y perdí el cliente.
Soy domingueño de cepa, nací y viví mis primeros años en Santo Tomás. Saqué el diploma en la escuela Félix Arcadio Montero. Rodé en la vida, por pobreza, y con mi familia me fui a vivir a Grecia donde hice amigos que me apoyaron con un lote y me ayudaron a construir la casa donde viví por 15 años, la vendí y compré un lote a mi cuñado donde construí esta humilde casa. Estoy en mi pueblo y quiero morir en mi pueblo. Soy aficionado del Herediano y nunca me importó la política.
Por la pandemia el negocio de la zapatería ha bajado demasiado, me tiene en ruina, los arreglos han bajado y hay días que no gano ni para la comida. Otro de los problemas es que ya de viejo nadie le quiere dar trabajo, podría trabajar de guarda, cobrador de bus, cantinero. Por el Covid-19 los clientes fieles no han vuelto.
Actualmente solo reparo zapatos, antes hacía zapatos, pero la inversión es alta en los materiales. Comprobé que la reparación es más fácil, se invierte menos y se gana más. Me gusta garantizar mi trabajo. Yo recibo zapatos que ojalá otro zapatero no lo quiera arreglar, los dejo como nuevos y, muchas veces, me dan buenas propinas. El saber trabajar, salva el zapato preferido y son agradecidos a la vez. Remiendo todo tipo de zapato por más feo que tenga, puede decir este zapato tiene cáncer, yo lo salvo. Me gusta arreglar zapatos que otros zapateros lo rechazan y yo si los puedo reparar”.
En cuanto a los amigos Arístides, tiene una experiencia propia: “que solo los ha tenido para tomar guaro”. Nunca fumó y considera que en los tiempos cuando “empinaba el codo”, eran tiempos donde no se conocían las drogas.
“Si uno le da un consejo a un joven, uno cae mal, se convierte en enemigo y hay que evitarlo. Lamenta que a la fecha nadie le ayude, ahora que las municipalidades apoyan a los necesitados. “Pero no me siento olvidado, sigo adelante con mi trabajo diario”.
Arístides Hernández Ulate no cambia la vida actual, la ve más bonita. Su pasado fue de sufrimiento, de limitaciones extremas… a los 15 años andaba sin zapatos, no tenían alimentos, eran los más pobres del cantón, y nos cuenta que no conoció Puntarenas sino hasta los 28 años. ‘‘Ahora el que dice que es pobre anda con ropa y zapatos de marca. No quiero que me regalen nada, solo que me den trabajo para poder seguir viviendo feliz, que a mis años soy el mejor zapatero de este hermoso cantón de Santo Domingo”.