EL CAMINO ES ANGOSTO que lleva a la vida eterna
Alexander León Jiménez / Pastor Iglesia Bautista Reformada Los Lagos
Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed. – Lucas 12. 4, 5
Esas son las palabras de nuestro Señor Jesucristo. Al decir esto, Jesucristo no tenía la intención de enseñar a sus discípulos a vivir de una manera despreocupada o irresponsable con respecto a los riesgos y peligros que amenazan constantemente la vida física. Eso no podría ser porque la Biblia nos enseña sobre la prudencia y la obligación que tenemos como mayordomos de cuidar nuestro cuerpo y de todo lo que Dios nos da.
Entonces ¿a qué se refería Cristo al enfatizar que no deberíamos temer a los que matan el cuerpo?
Lo que el Señor está tratando de contrarrestar es la tendencia generalizada a preocuparnos mucho más por el cuerpo y por todas las cosas de esta vida física, que tiene una duración temporal, en comparación con los asuntos espirituales que tienen consecuencias eternas. Le tenemos temor a los delincuentes, a los ladrones y asesinos y a lo que represente una amenaza para nuestra salud.
Podemos notar un temor generalizado a ser contagiados de los virus y la aparición de uno nuevo genera una preocupación muy notoria. Los negocios, los viajes, las transacciones comerciales y las actividades sociales, todas se ven afectadas. ¿Por qué? Por miedo al contagio.
He pensado en un escenario extremo para tratar de ilustrar el mensaje de este artículo.
Supongamos que cierto virus, uno como el coronavirus pero mucho peor, se vuelve una verdadera pandemia. Los gobiernos de cada país deciden tomar medidas extremas para que todos los habitantes sean diagnosticados y los que resulten positivos son llevados a campos de concentración en completo aislamiento y nadie sabe qué trato reciben o si podrán alguna vez salir de esas cárceles, porque los infectados no tienen ninguna posibilidad de recuperación, la tasa de mortalidad es del 100%
Esta situación comienza a generar pánico, no solo al virus sino a esas oficinas del Ministerio de Salud que comienzan a ser instaladas en todas partes, porque usted sabe que tarde o temprano será citado para el diagnóstico. Además, recientemente usted ha observado los síntomas de la enfermedad en usted o en su familia.
Los expertos han descubierto que la única posible cura sería una transfusión de sangre proveniente de alguien que tuviera la sangre completamente limpia de virus, pero no solo limpia de este virus actual sino que el donante nunca debe haber sido afectado por ninguna especie de virus. Tal persona no ha podido ser encontrada.
¿Cómo se sentiría? ¿Estaría preocupado por usted y por los suyos?
Aun en esta terrible condición, las palabras de Cristo siguen siendo útiles y podríamos tal vez parafrasearlas de la siguiente manera:
“No temáis a los virus, ni al gobierno, que solamente pueden matar el cuerpo”.
Nadie se va a ir al infierno por tener un virus super contagioso, lo peor que podría suceder por culpa de ese virus es que usted llegue a morir físicamente.
Pero ¡CUIDADO!, existe un virus muchísimo más peligroso y la triste noticia es que ya todos hemos sido contagiados con ese virus, nacimos con el contagio. Es el virus del pecado. Cuando vemos a nuestros bebés, parece que vienen libres de ese virus, pero solo es cuestión de tiempo y sus conductas revelan los síntomas que comprueban que también nacieron contagiados.
La tasa de mortalidad para este virus del pecado es del 100%.
Para tratar el espantoso virus del pecado y sus consecuencias no hay cuarentenas ni medicamentos que sean efectivos, solamente algo parecido a una transfusión de sangre puede detener sus efectos.
Hay un único donador, porque es el único cuya sangre no está contaminada de ese virus del pecado, ese donador es Jesucristo, el Hijo de Dios.
Si este virus del pecado no se trata apropiadamente, llevará a los que lo poseen a la condenación del infierno y eso equivale a una tormentosa cuarentena eterna, un sufrimiento en cuerpo y alma.
La buena noticia es que aquellos que con humildad reconozcan su terrible condición y vengan a Cristo suplicando recibir la transfusión, serán limpiados y preservados para la vida eterna.
Recuerde, los que pretendan seguir sus propios métodos para tratar el virus del pecado, serán aislados en una espantosa cuarentena eterna por haber rechazado la cura gratuita que Dios había provisto en Su Hijo.
Las consecuencias del virus del pecado son terribles, pero solo los que tengan más temor de Dios que de las consecuencias de los virus estarán listos para la transfusión de sangre que les librará no solo de las consecuencias del virus, sino del poder dominante de ese virus y finalmente los librará para siempre de todo resto de ese virus del pecado en el día final.
¿A qué le tiene usted más temor? ¿Ha observado usted los síntomas del virus del pecado en usted y en su familia? ¿Cómo lo está tratando? ¿Ha encontrado usted la paz con Dios por medio de Jesucristo? ¿Ha usted tratado con el virus del pecado apropiadamente?
Reflexione con sinceridad y seriedad en las palabras de Cristo. ¿Le teme más usted a los que matan el cuerpo que a Dios que puede quitarle la vida y echarlo al infierno?
La muerte física será inevitable, pero los que tengamos a Jesucristo seremos librados de la muerte segunda, que se llama la condenación del infierno.