sábado, julio 27
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Iglesia Bautista Reformada San José

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación

Mateo 5.4

Esta es la segunda bienaventuranza que nuestro Señor Jesucristo en enseñanza especial titulada por muchos: “El Sermón del Monte”. Esta predicación o enseñanza de Cristo debemos considerarla como una proclamación de las Leyes del Reino de Dios, porque definen el carácter y conducta de los que son súbditos del Reino.

Es útil que tengamos presente el significado de la palabra “bienaventurado”, porque no solamente significa “dichoso” o alguien “afortunado”, como se suele interpretar, sino que su significado es mucho más amplio. No muchos comprenderán una afirmación tal que considera dichosos o bendecidos a los que lloran. Pero eso ocurre porque no se trata de una dicha según los estándares del mundo, sino según los estándares de Cristo.

Por esta razón insisto en afirmar que ser Bienaventurado significa que tener la bendición de Dios y eso sí que es una dicha, tener el favor de Dios. 

Jesús está afirmando que tienen la bendición de Dios (son bienaventurados), aquellos que lloran, pero llorar es una de las cosas menos deseables para cualquier persona. No hay nadie que considere el lloro como algo bueno, llorar es algo penoso y triste.

Por otro lado, el lloro al cual se refiere nuestro Señor Jesucristo aquí, no es cualquier lloro, no es el lloro común, otras secciones de la Biblia nos ayudan a entender a cuál clase de lloro se refiere el Señor. Veremos que se refiere al lloro producido por el verdadero arrepentimiento, porque este es el fruto de la verdadera fe que trae salvación.

La Biblia y la experiencia nos enseñan que existe la posibilidad de llorar las consecuencias de los pecados, sin experimentar un verdadero arrepentimiento y eso entonces no califica como el lloro de un bienaventurado.

La Biblia describe el lloro del apóstata Esaú como un lloro inútil. Así se lee en Hebreos 12.15-17

Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios…no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.

Esaú lloró porque perdió la herencia especial, por eso no fue un verdadero arrepentimiento. Sus lágrimas no lo hicieron bienaventurado, porque él lamentaba haber perdido una bendición material, pero no lamentaba ni haber ofendido a Dios, ni perder la comunión con Dios. 

Muchos hoy lloran, pero no lloran sus pecados ni haber ofendido a Dios, solamente lloran las consecuencias de sus pecados. Tal experiencia no es suficiente para ser bienaventurado.

El apóstol Pablo lo confirma cuando escribió:

“…la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”

II Corintios 7.10

Este es el ejemplo que vemos en aquella mujer pecadora de la cual se nos relata en el capítulo 7 del Evangelio de Lucas, la cual derramó un perfume sobre Cristo y con sus lágrimas bañó los pies del Maestro y los enjugó con sus cabellos. Esas lágrimas sí fueron una muestra de verdadero arrepentimiento y de ella el Señor dijo:

 “… sus muchos pecados

 le son perdonados”

Lucas 7.47

El profeta Jeremías también se refirió a la clase de lamento que es necesario para ser considerado un bienaventurado:

“¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese

el hombre en su pecado”

Lamentaciones 3.39

Un alcohólico puede dejar la bebida por causa de un diagnóstico médico de cirrosis, un promiscuo puede reprimirse de sus prácticas sexuales ilícitas por temor de contagio de una enfermedad venérea, y una persona puede vivir una vida moralmente buena por un asunto de mera conveniencia. En ninguno de esos casos hay un arrepentimiento para salvación.

Pero cuando el pecador, cualquiera que sea su pecado, reconoce que ha vivido para sí mismo y no para Dios y cuando reconoce que merecería la condenación, pero viene al único refugio posible que es Jesucristo y con dolor de corazón le pide perdón, y las fuerzas y capacidad para cambiar, entonces ese lloro de verdadero arrepentimiento le confirma como un verdadero bienaventurado, apto para el Reino de Dios.

Si no atendamos a este llamado para venir a Cristo con un corazón humilde y arrepentido, un día experimentaremos otra clase de lloro que no será el de los bienaventurados, sino el de los impenitentes y rebeldes, el cual Jesucristo mismo describió como “… el lloro y el crujir de los dientes”, pero ya será demasiado tarde.

Hoy podemos llorar y ser bienaventurados, Cristo nos llama a serlo.

Pr. Alexander León.

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